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¿TODAVÍA SE ENVÍAN CARTAS?
Hall, a 300 dólares la butaca, tocando exactamente eso mismo y con el mismo instrumento. En el
metro, nadie le reconoció (ni a él, ni al Stradivarius, ni siquiera a Bach) ni la gente formó
un triste
corrillo para oírle. Moraleja, mi amor: la gente, nosotros, no apreciamos el milagro de la belleza
cuando
lo tenemos cerca, cuando se convierte en algo cotidiano.
No sé por qué pienso en esto ahora que te vas para siempre, mi amor. Después de tantos años,
después de tantísima vida juntos, ya ni te oía tocar; la verdad es que ya ni me fijaba en lo que
tocabas. Estaba acostumbrado, lo daba por algo lógico y natural.
Tan habituado, tan seguro estaba
de todo, que ni siquiera me di cuenta de que habías cambiado la partitura: ya no era Bach sino la
Sinfonía de los Adioses de Franz Joseph Haydn. Ya sabes: aquella en la que los músicos, uno por
uno, van dejando de tocar, recogen su partitura, se levantan y se van. Así hasta que sólo quedan
el director y un violín. Cuando este concluye la última frase de su melodía, él y el batuta
abandonan el escenario y todo ha terminado.
Incitatus, El Confidencial.
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